Llegamos hoy al final de una Semana Santa que no ha sido para nada como deseábamos. Estamos ya a Domingo de Resurrección y todo ha pasado como un sueño, sin que nos demos cuenta, fugaz. La protagonista de la Semana Grande este año; la lluvia. No se recordaba una Semana Santa tan tardía en el calendario, ni tampoco con tanta presencia del líquido elemento. Un lluvia que nos ha acompañado en varios días, entre ellos el Jueves y Viernes. El corazón de la Semana Santa. Nuestros pasos no se han movido de la iglesia, los cirios de los nazarenos no se han llegado a encender, los costaleros apenas se han metido bajo los pasos. Ambos días la lluvia estaba presente a la hora de salir. Nuestros titulares, tanto el Jueves como el Viernes, con las velas encendidas formaban un ascua de luz en la iglesia, mientras que se decidía la salida o no, como finalmente fue. Una oración del padre Marcos el Jueves y un sencillo Via Crucis el Viernes tiñeron de tristeza nuestras jornadas penitenciales.
Lo único bueno que podemos resaltar es que esto no hace más que crear una esperanza para el próximo año, un año que para nosotros es especial y mucho más corto. En unos meses el Santísimo Cristo de la Sangre volverá al paso para que, Dios mediante, reparta amor por la calles que se han quedado huérfanas de cofradías en estos días grandes. No olvidemos que la cofradía son dos días, pero que la hermandad es todo un año entero.
Feliz Pascua de Resurreción
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